lunes, octubre 01, 2007

LA PUERTA!

MI DESPEDIDA: HOMENAJE A "LA CASA DE MI ABUELITA"
Probablemente el articulo siguiente no va a ser interesante a nivel emocional para gente fuera de mi familia que lea este articulo. Eso si- a ustedes que no son parte de mi familia biológica- les aseguro que la narrativa es excelente, el articulo es inteligente, bien puesto- como se diría- Mi Mami- la escritora lo creo. Y hoy despues de divagar con mil pensamientos, sabiendo que a miles de millas de distancia, "LA CASA DE MI ABUELITA","LA CASA DE LA ESQUINA", "LA CASA BLANCA" - como quieran llamarla- habia sido puesta en venta, la casa de miles de recuerdos, de encuentros, navidades, grados, cumpleaños; la casa de las visitas, del cafesito charladito por horas, la casa donde la gente parecia multiplicarse... no hace ya parte de nosotros (fisicamente).
Estaba buscando la foto de la puerta que abre las memorias, y veía diferentes épocas, tiempos que ahora son solo parte de memorias, y no pude evitar el llorar, y recordar. Hoy no estoy alla. No estuve para despedir la casa de la familia Vela-Alvarez...pero estuve ahí casi la mayoria de los años, ayudando a escribir parte de su memoria, y de sus recuerdos que ahora estan guardados en nuestros corazones como tesoro valioso. Aqui parte de nuestra historia- para ti.

PARA LOS QUE SON Y NO SON, ESTE MARAVILLOSO ESCRITO, QUE PROBABLEMENTE LOS HAGA TAMBIEN RECORDAR PARTE DE SU VIDA...

LA PUERTA
Qué se puede decir de una puerta? Muchos calificativos la definen: Ancha o angosta, grande o pequeña, elegante o sencilla; de madera maciza, aglomerado, hierro o cartón; blanca, verde, café o color madera; recta por todos los lados o coronada por una comba. Dentro de estos conceptos, -unidos varios de ellos- se enmarca la definición de una puerta. Sí, de una puerta cualquiera, pero la que me ocupa hoy es una bien determinada: “La puerta de nuestra casa paterna en la 49, cuyo umbral traspasaron tres generaciones. Tiene características muy particulares. Fabricada con una excelente madera (probablemente cedro), prueba de esto su resistencia para soportar el embate de los años; pintada de color marrón, ni ancha ni angosta, un término medio, rematada en la parte de arriba por un arco que le imprime un aire elegante; adornada a lo ancho y a lo largo con cuadrados enmarcados por listones; pero los detalles mas relevantes , sin lugar a dudas, los constituyen una pequeña celosía rectangular en el centro con su contraventana en vidrio, para ver sin ser vistos y un diminuto picaporte en metal para que el visitante o residente anunciara su llegada. La celosía central constituyó para todos los miembros de la familia el canal de comunicación con nuestra calle, mirando desde adentro, igual que una especie de binóculo al mirar desde afuera hacia el fondo, el pasillo o las escaleras. Por ella se espiaba – por qué no confesarlo?- a los vecinos, a los amigos o amigas que llegaban o se daba el visto bueno al pretendiente de alguna de las hermanas o a la amiga candidata a novia de cualquiera de los hermanos ya en su adolescencia, anunciando entre risas y algarabía: “Ya llegó, ya llegó”, antes de escuchar el estribillo muy conocido de “Vayan a abrir el portón, que están golpeando”, sin saberse si alguna vez los visitantes pudieron darse cuenta de la muchachada alborotada que se divertía en el interior. Situaciones similares se repitieron en la generación siguiente y con iguales comentarios, pues como la costumbre crea los hábitos, estos comportamientos -que no le hacían mal a nadie- se convirtieron en una institución en nuestra casa. La celosía por si sola no funcionaba muy bien que digamos, porque el maridaje completo era con el pequeño picaporte que cada quien tocaba a su manera, unas veces toques apresurados, otras lentos, unas con fuerza, otras con debilidad, demostrando no precisamente eso, sino extrema decencia. Por tanto, retomando la idea del ilustre visitante, cuando se escuchaban dos lánguidos toques de metal (en el caso de las damas) la visitada en cuestión descendía pausadamente por las escaleras para no tropezar ni demostrar nerviosismo, el cual debía disimular artísticamente, a pesar del ambiente de picardía, de risas contenidas y murmullos que se vivía en cada rincón de la casa, o de un comentario demoledor en ese momento como el de una sobrinita imprudente al decir: “Te echaste todo el perfume”. Cuando la puerta se abría parecía como si allí estuviera solo esa princesa que salía al encuentro de su amigo, su novio o su aficionado como decían en la natal Ipiales. Luego, cuando se iniciaba la conversación sentada la pareja cómodamente en el sofá del fondo al pie del gobelino de los pastores o del cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que en aquella época estaba en la otra pared, empezaban a entrar a la sala poco a poco los miembros de la familia comenzando por papá y mamá, para saludar al recién llegado. Después de este protocolo se retiraban discretamente a hacer en concilio el análisis del posible pariente. Trascurridos los años creció la familia, entraron nuevos términos a la jerga familiar, hablábamos de nuestros hijos, de yernos, nueras, cuñados, cuñadas, sobrinos, nietos y biznietos e igual que como lo relaté anteriormente, por el enrejado de la pequeña ventana se veía quien se acercaba y antes del golpe característico muchas veces se anunció: Llegaron los Lerzundies, los Escobar, los León o Alicia y familia, Fecha y su Fede der arma, llegó Ruby, los Vela Donado, los Vela Valdés o Víctor y las niñas, los Navia Vela, los Vela Niño, Sissi y Alejandro. Una vez abierta la puerta entraban directo al comedor de confianza y allí en la mesa redonda, no la del Rey Arturo sino la de doña Alicita, (que remplazó la rectangular de toda la vida) se iniciaban o continuaban las intrascendentes charlas, degustando un delicioso café, acompañado de pan, mantequilla, mermelada y queso, o simplemente el franciscano (como diría nuestra madre) consistente en café y pan, pero eso sí bien charladito. En otras ocasiones como Primeras Comuniones, Navidad, Año Nuevo, grados, cumpleaños, se llegaba con paquetes, bandejas con la comida especial y se entraba luego a la sala en donde todo el mundo se acomodaba en círculo perfecto, con todas las sillas imaginables por la cantidad de concurrentes, se retiraba la mesa de centro, el tapete persa y se daba inicio al baile, siendo interrumpido tan solo para deleitar el paladar con las viandas preparadas para la ocasión y siguiéndolo hasta la madrugada. Escuchábase de vez en cuando la voz de la matrona de Vela con el consabido: “No salten tanto que el piso se va a hundir”, lógicamente se atendía por un rato el llamado de la madre, abuelita y suegra, mas a los pocos minutos ya estaba la hamaca del piso en su apogeo. Por fortuna, las predicciones no se cumplieron y siempre se terminaron las celebraciones sin inconvenientes. He ahí la importancia de la puerta que hasta hoy fue nuestra entrada y salida a ese y de ese maravilloso hogar, y que ya mañana la franquearán personas desconocidas quienes la cambiarán por otra y empezará a contarse una nueva historia de vida en esa esquina de la 49.
Amparo Vela de Lerzundy Bogotá, D. C., septiembre 13/07
DESDE LA OTRA ESQUINA: Escritos de otros